El bosque de demonios

Los dos andaban por el bosque oscuro. Aunque era el medio de otoño, estuvo una noche de calor. El chico, llevando ropa blanca, guiaba la chica, quien llevaba ropa rosada. La confortaba cada vez que algo la espantaba.

"¡Ah!" ella gritó, agarrando el brazo de él con fuerza excesiva, "¡Creo que oí un tiro!"

El le habló a ella, sereno, "No es nada para preocuparte, Mariela. Tal vez un gato rompió una rama.—

Mariela asintió con la cabeza, pero agarraba el brazo de él todavía. Habían unos momentos de silencio antes de que ella saltara otra vez.

"¡Ah!" gritó de nuevo "¡Creo que oí una huella!"

"Relájate, chica, relájate," él le tranquilizó, haciendo una pausa para calmarla, "Es que caminábamos. Escucha, ahora no lo oyes porque no caminamos."

Ella asintió con la cabeza otra vez y empezaron a pasear nuevamente. El obtuvo diez minutos de silencio y la liberación de su pobre brazo antes de que ella saltara de nuevo.

"¡Ah!" gritó ella, "¡Creo que oí una voz!"

A esto el chico no podía decir nada, porque él mismo había oído la voz. El se paró y ella reclamó su brazo. Miraron a todas partes.

"¡Aparece, malvado!" el chico mandó en voz alta. "Aparece y dinos quien eres."

Algo se movió en las sombras, "Soy yo," anunció la voz que habían oído.

"No estamos en el medio," él protestó. "¿Por qué estás?" Mariela lo miró, confundida.

"Estamos en el medio," el tacto frío de un dedo le causó a Mariela a levantarse de un salto, asustada. "Hazlo."

"¡No!" él rehusó.

Mariela sintió una mano, tan frío como el dedo, envolviendo su garganta, "Entonces, yo lo haré, y no recibirás nada."

El chico golpeó el aire enfrente de ella, y la mano la dejó, "Lo haré, lo haré, Ratem." Él tomó algo de sus jeans que brillaba en la luz tenue de las estrellas. Era un puñal.

La sangre de Mariela colorea todavía el suelo donde ella se cayó.