17 de septiembre de 2011 Hola a todos, ¿qué tal estáis? Espero que bien.

Tengo mucho cariño a esta web porque me ha ayudado a comenzar a escribir con el apoyo directo de lectores; sin vosotros, los que me habéis leído, estoy segura de que no habría escrito lo que he escrito hasta ahora. Gracias a todos y a esta página. Nunca olvidaré vuestros comentarios (los tengo guardados todos, jeje).

Sin embargo, hace ya 5 años que terminé esta historia y las cosas han cambiado. Para empezar, esta fue la primera versión que escribí de la novela y ahora existe una versión revisada que se puede leer desde mi web (buscad en Google por mi nombre, Alba Navalón) y también descargar completa (también desde mi web). Es por ello que voy a proceder a eliminar los capítulos de esta historia. Voy a dejar el primero para que cualquier persona que llegue nueva a esta historia pueda leer un poco y ver si le interesa o no, pero creo que todos los nuevos lectores se merecen la versión revisada de la obra para disfrutar al máximo de ella.

En mi página oficial (no la pongo aquí porque fictionpress no permite introducir direcciones, pero podéis buscarme por Alba Navalón + Web oficial) podréis encontrar además una nueva novela que se va a empezar a publicar el 19 de septiembre, se llama "Verano en el hotel" y también es de amor. Si alguien se anima a leerla, ¡espero que le guste! =)

Un saludo a todos

Alba Navalón

1. El nuevo profesor.

El sol ya estaba alto, y tan solo los escasos árboles que había repartidos por el patio, proyectaban algunas sombras. Sin embargo, el sol, al ser finales de septiembre, no calentaba demasiado.

-¿Cómo será el nuevo profesor de gimnasia?- preguntó Sara a Anaís, ambas estudiantes del instituto donde se encontraban.

-Pues ni idea, aunque espero que no sea tan duro como la anterior… ¿te acuerdas de Davinia? Dioses, nos hinchaba a correr…- recordó Ana Isabel, Anaís para las amigas, a la vez que avanzaban por el patio en busca y captura de su nuevo profesor.

-Míralo, debe ser ese.

Anaís se quedó muy sorprendida al ver entrar al hombre que, supuestamente, le iba a dar educación física.

-No puede ser él-negó la muchacha en voz alta.

-¿Qué? ¿Por qué no? La verdad es que tiene pinta de serlo, por lo del chándal, ya sabes…- respondió Sara, que seguía caminando a su lado.

-Yo lo conozco, y él es policía, no profesor.

-Pues… creo que nos está llamando- replicó Sara.

Y al prestar atención a lo que el alto hombre moreno estaba diciendo, se percató de que su amiga tenía razón. Pablo, el ahijado de su padre, a quien no veía desde hacía varios años, pedía a los adolescentes que se habían congregado en el patio, que se acercaran más a él.

Anaís se fue acercando a él lentamente, pero decidió quedarse entre las últimas filas de estudiantes sin que él la viera, al menos por el momento.

Recordaba perfectamente él último día que lo había visto, y aún sentía una profunda vergüenza al evocar el momento en que se había abalanzado sobre él y le había besado. Por supuesto, él no le había correspondido al beso, y los días siguientes, Anaís había hecho todo lo posible por no verle, pues sabía que no podría mirarle a los ojos, pero finalmente esos días se habían convertido en años. ¿Cómo había pasado? Todavía no estaba segura de ello.

Lo miró entre las cabezas de sus compañeros y estudió su rostro, que apenas si había cambiado en tres años. Su pelo moreno seguía igual; sus ojos grises, llamaban su atención igual que antes; su barba de dos días le oscurecía la cara…

-Tía, que se te van los ojos- le dijo Sara pegándole un codazo en el brazo para llamar su atención.

-¿Qué?- preguntó Anaís volviendo su cara hacia ella.

-Que no dejas de mirar al profesor. A ti también te gusta, ¿no?

-¡No!- se apresuró a negar Anaís. Cuando tenía 13 años había estado enamoradísima de él, pero ahora, tres años después, ya no sentía nada, o al menos, eso quería creer- Es que lo conozco y hacía mucho tiempo que no lo veía.

-Ah… Pues a mí si que me gusta, es bastante guapo- le confesó Sara en un susurro- Mira como sonríe… Dios…

Anaís miró a Pablo y sintió que algo se le removía en el pecho. Él estaba hablándole a toda la clase y, mientras tanto, sonreía de forma luminosa. Seguía igual que aquella tarde de viernes en que le había besado…

Pero ella había crecido, ya era mayor, y las tonterías de la niñez, entre las que se encontraba Pablo, habían pasado.

Prestó atención a lo que el profesor estaba diciendo. Su profesor; sonaba tan raro…

-Este año no vais a tener exámenes en gimnasia siempre y cuando participéis en las clases- iba diciendo Pablo- No os voy a hinchar a correr, no os voy a hacer sufrir… pero pido alguna respuesta por vuestra parte ¿de acuerdo?- preguntó a la vez que sonreía.

Anaís se sentía extraña allí parada, escuchando de nuevo el exótico acento, ni francés ni español, de Pablo. Hacía tres años que no le veía, y ahora él era su profesor…

Lo cierto era que él ya le había dado clases, pero habían sido de francés y en su casa; nada formal, nada como esto.

Recordó de nuevo el último día que pasaron juntos.

Habían ido al cine, como solían hacer todos los viernes por aquel entonces, y después se habían pasado por la casa de él. Se habían sentado en el sofá y habían comenzado a hablar de la película que habían visto... De pronto, él le había vuelto a decir lo guapa que estaba sin ortodoncia… y fue entonces cuando le besó.

¡Dioses, como se arrepentía de ello! Quizá, aun sin haberle besado, sus vidas se hubieran separado también por tres años, pero tal vez no; siempre le quedaría la duda.

Cuando Pablo terminó de hablar, la gente se dirigió hacia la bolsa que contenía los balones, y fue entonces cuando Anaís comprendió que se había despistado de tal forma, sumergiéndose en los recuerdos, que se había perdido toda la charla de Pablo.

Decidió que era el momento de hablar con él, aunque se sentía algo nerviosa por ello. ¡Qué cosa más tonta! Hacía tan solo cuatro años, podían hablar distendidamente durante horas, y ahora, en cambio, se sentía nerviosa por intercambiar unas palabras con él.

Se dirigió hacia Pablo, que estaba de espaldas a ella, y pensó en qué decirle. ¿Un "hola" estaría bien? De pronto se le ocurrieron las palabras a decir, y estas brotaron de sus labios cuando estuvo lo suficientemente cerca de Pablo, que aun seguía de espaldas a ella.

-Bonjour, flic (policía, en francés), comment ça va?

Pablo se giró hacia ella sorprendido y por unos segundos pareció no reconocerla, pero después se le iluminó la cara.

-Belinda…

Algo se removió en el pecho de Anaís al oír ese nombre. Hacía tanto que no la llamaban así…

Su nombre completo, Ana Isabel, había caído en el desuso. Isa, Anaís, Ninita, y Ana, eran algunos de sus numerosos apelativos, que acompañaban, además, a algunos motes y diminutivos.

-Belinda…

Pablo dio un torpe paso hacia ella y se inclinó, dispuesto a darle dos besos, pero en el último momento cambió de opinión e intentó abrazarla. Fue, sin duda, un momento algo tonto, donde se dieron una mezcla entre beso y abrazo que no fue ninguna de las dos cosas pero a la vez tuvo algo de los dos.

Cuando se separaron, Pablo soltó una carcajada y se acarició la barbilla mientras miraba a Anaís feliz.

-Bonjour, mon petit Belinda, bonjour!- se quedaron un instante en silencio, examinándose sonrientes- Estás muy cambiada; mucho más alta, mucho más… mucho más de todo- rió.

-Siento no poder decir lo mismo de ti. Estás igual…

-Bueno, y dime, ¿estudias aquí?- preguntó Pablo.

-¡Si! Llevo en este instituto ya tres años; y… ¿sabes una cosa?

-Alguna que otra sé, pero dime cual quieres que sepa- bromeó él.

-¡Tú eres mi profesor!- se rió Anaís.

-Fíjate tú que cosas.

-Por cierto, ¿qué hace un policía enseñando educación física en un instituto?- preguntó la muchacha, formulando con estas palabras, la pregunta que le rondaba la cabeza desde el momento en que había visto a Pablo allí.

-Bueno… es una larga historia- dijo Pablo poniéndose serio de repente, se pasó de nuevo la mano por la barba y miró a su alrededor, reticente a contestar- ¿Y qué estás estudiando?

-Acabo de empezar primero de bachiller; ciencias sociales- contestó Anaís, intuyendo que, si insistía con el tema de por qué Pablo era ahora profesor y no policía, llegaría a mal puerto.

-Vaya, yo pensaba que ibas para científica o algo así- dijo Pablo, contento de poder hablar de otra cosa.

-He descubierto que me gustan los idiomas y quiero estudiar traducción e interpretación.

-Oh là là- exclamó Pablo- ¿y cómo vas con el francés?

-Très bien, mais il est difficile...

-Ah, oui!

Se volvieron a quedar en silencio, mirándose.

-Deberías hacerle una visita a mi padre, estaría muy contento de verte- dijo Anaís, recordando que Pablo, para su padre, era casi como un hijo.

-Por supuesto, me pasaré dentro de poco por tu casa. Aun me estoy mudando, pues he estado trabajando en Jaén y me llevé todas las cosas allí, pero cuando me quede un poco de tiempo libre, voy a verle- prometió Pablo.

-El problema es que ya no vivimos en nuestra antigua casa. Mi padre formalizó su relación con Violeta y nos fuimos a vivir a su casa de campo- dijo ella- Ahora tengo dos hermanos más ¿sabes? Bueno, hermanastros, pero nada- se encogió de hombros- hay bueno rollo; son muy buena gente.- Sonrió más ampliamente y se llevó la mano a la oreja, enseñando los piercings que se había hecho por toda lo oreja- Violeta convenció a mi padre para que me dejara hacérmelos.

-Aja.

La madre de Anaís había muerto durante el parto de ella, y la muchacha jamás la había conocido. Su padre había dedicado prácticamente el resto de su vida a cuidar de su hermano y ella, y cuando finalmente se había enamorada de una joven veterinaria con acento argentino, lo había hecho hasta las trancas.

-¿Por qué no te vienes hoy a comer?-insistió Anaís- ¿Tienes algo que hacer aparte de ordenar tu casa? A mi padre le haría mucha ilusión…

-No... no me gustaría molestar. Otro día llamo y así me preparáis comida- se inclinó hacia ella y bajó la voz hasta convertirla en un susurro confidencial- Porque lo que a mi me importa es comer; eso de molestar… pufff, es una patraña.

Anaís sonrió y le siguió el juego.

-Te haré feliz., comida tienes seguro. Además, está para chuparse los dedos, te lo prometo. Yo no me he fugado aún de casa porque no podría vivir sin probar esa deliciosa comida.

-Mmm… me has abierto el apetito… ¿seguro que tendría comida?

-Segurísimo, mi nueva casa es una especie de hotel–restaurante rural. Comida tenemos para ti, fijo.

-Tú me invitas ¿no?

-¡No!- negó Anaís fingiéndose escandalizada- ¡Tú amoquinas, majo!

-¡Majo, dice la niña! ¡De majo nada! ¡A correr!

La muchacha sonrió y miró de nuevo a Pablo por un momento.

-Me alegro de volver a verte- dijo ella borrando de su cara la sonrisa y poniéndose seria, como si quisiera que él supiese que lo decía en serio.

-Yo también, Belinda- alargando su mano hasta situarla detrás de la nuca de ella, la atrajo hacia si para darle un fuerte abrazo.

Estuvieron hablando un rato más de lo que habían estado haciendo en todo aquel tiempo, y cuando finalmente la estridente sirena que anunciaba el final de la clase se hizo oír, se sintió apenada. No quería irse, y menos para dar historia.

-Nos vemos a las dos y media en la puerta, ¿vale?

-De acuerdo- consintió Pablo.

Anaís se dirigió hacia la puerta que la llevaría del patio al interior del instituto, pero cuando ya estaba apunto de entrar, se giró para mirar una última vez a su profesor. El también la observaba, y le hizo un gesto con la cabeza para despedirse. Ella, alzó la mano.

Dioses, ¿no estaría enamorada de él otra vez, verdad? No, imposible, hacía tan solo una hora que lo había vuelto a ver, y hasta ese momento, él formaba parte de su recuerdo.

Se giró y entró en el fresco corredor que la llevaría a la clase de historia.

"Lo que me pasa" se dijo a si misma "Es que estoy contenta por volver a verle. Recuerdo cuando Delfín (Su hermano) estuvo un mes en Suecia. Cuando volvió, estaba emocionadísima, sentía prácticamente lo que siento ahora: ilusión por ver a alguien a quien quiero, en ese caso era mi hermano, ahora, un amigo. Eso es todo. Además tú no vas a volverte a enamorar de él; no puedes hacerlo."