Es muy bonito dar todo lo que se tiene sin esperar nada a cambio. Pero, si todo lo que das lo desperdician, hay que replantearse si estás repartiendo bien lo que tienes.
La avellana más jugosa
Era otoño. El bosque estaba plagado de hojas secas que crujían al pisarlas y que con la luz del atardecer parecía que estaba todo bañado en oro. Época de recolección de avellanas para todas las ardillas de la zona.
Una pequeña ardilla recolectaba avellanas pequeñitas, acordes a su tamaño. Era minuciosa en su trabajo, iba lenta, pero todos los otoños conseguía alimento suficiente como para no tener que salir de su árbol en todo el frío invierno.
Un día de ese otoño apareció un ardilla macho que la conquistó por sus ojos oscuros y su agilidad para saltar de árbol en árbol. Era el más hiperactivo de todo el bosque y siempre la hacía reír cuando estaba comiendo.
Pasaron mucho tiempo corriendo juntos por el bosque, y cuando se acercó más el invierno, él le confesó que no había recolectado demasiadas avellanas. Ella sin pensárselo dos veces le ofreció parte de su recolección quedando su reserva a la mitad.
La tarde anterior al primer día de invierno encontró una avellana mucho más grande y apetitosa que todas las demás y se dirigió al árbol del ardilla para regalársela. Al llegar encontró muchas avellanas pequeñas tiradas por el suelo y a una ardilla mayor que ella comiendo junto a su amado avellanas enormes.
Volvió a su árbol entre lágrimas y así se pasó todo el invierno.