Lo siento mucho por tardar tanto en actualizar. Mi entrada en la universidad y problemas técnicos con el ordenador me han impedido entregarles antes el capítulo. Pero bueno, aquí andamos celebrando el nuevo año y qué mejor forma de hacerlo que con un nuevo capítulo.
Tuve un problema también con los reviews y no los he podido contestar. Pero prometo que a partir de ahora los contestaré todos. Muchas gracias por mandarlos a los que siempre están ahí apoyándome y a los que poco a poco se unen. Quiero decir que acepto cualquier tipo de crítica siempre que sea constructiva y que si algún review se pasa de tono no me hago responsable de mi reacción.
Espero que disfruten de este capítulo que casa vez que puedo subo con todo mi cariño!
Feliz año a todo el mundo!
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Noche. Solitaria oscuridad que me abraza en el seno de mi cama y me hace recordar. Recuerdo con claridad, que él ya no está. Que no sé si volverá. Que no sé si me olvidará, o si aun me querrá. Él no ha dado señales de vida. No contesta a mis llamadas, ya van más de mil. ¿Por qué lo está haciendo? ¿Por qué nos está torturando? Ambos queremos... ¿cual es el problema?
¿Cuál NO es el problema? Sería mejor decir... Recapitulando últimamente no tenía más que problemas. No eran exactamente problemas por separados, si no un cúmulo de ellos y todos estaban entretejidos entre si. Para empezar mi mayor problema sería que John no estuviese a mi lado – eso más que un problema era un sufrimiento – pero que trajo consigo el lío con Matt y también mi presente relación de esclavitud con Yago.
Alguna vez pensé que esta relación nos haría perderlo todo, pero nunca pensé que en verdad fuera a vivirlo. Él se preocupaba por perder su trabajo y perderme a mí, quedarse solo. Pero ¿yo? Yo le había perdido a él, a mis amigos, mi prestigio en el instituto y la poca libertad que tenía. No era coherente.
Otra vuelta más en la cama. La décimo quinta desde que me acosté. Las contaba porque era la única manera de ocupar el tiempo nocturno ya que apenas dormía.
Solía cavilar en las posibilidades de salir huyendo a donde nadie me molestase. Ya todo me daba igual. Estaba en un estado de pasotismo generalizado. Todo peligraba a mi alrededor y había una tensión constante.
Di otra vuelta y abracé la ultima carta de John que guardaba debajo de la almohada. Esa carta, junto con todas las cosas que él me había dado estaban guardadas en una caja escondida en mi armario. Eran mi mayor tesoro. Una fantasía. Una ilusión. Era una desventura el hecho de aferrarse a los recuerdos , ya que una vez vividos no sirven nada más que para abrir heridas en el corazón.
Esa carta apenas inteligible debido a las lágrimas, me arrancó mi felicidad y se la llevó allá donde no la pudiera encontrar. Todo era una pesadilla. Una asquerosa e interminable pesadilla...
¿Quién podría soportarlo? Yo no. No era tan fuerte como todos predecían... John...
Después de otra insoportable noche, llega otro insoportable día.
Me levanté metódicamente, apagué el ruidoso despertador pensando en que debería deshacerme de él... Últimamente no soportaba los ruidos fuertes. Miré mi móvil. Sin noticias. Tomé una ducha casi relajante y me vestí con el monótono uniforme del colegio. Miré el móvil. Bajé a desayunar. Leche y tostadas. Me terminé de asear y cogí la mochila. Miré el móvil. Me puse las gafas de sol y enchufé el reproductor de música, filtrando las canciones directamente a mi cerebro. Miré el móvil y le puse en silencio. Caminé lánguidamente, sin prisa. Admiraba las imperfecciones de las baldosas de la acera. Crucé por un paso de peatones saltando entre las líneas blancas intentado solo pisar estas. Llegué al instituto. Miré el móvil, inconscientemente, vacío. Miré también el aparcamiento de profesores buscando ese coche en el que tantas veces había viajado. Nada. Suspiré y ensayé mi mejor mueca de asco. Alguien me pegó un empujón tirando de mis auriculares y quedando mis oídos libres.
-No deberías ir con esas cosas por la calle es peligroso – me dijo Yago a modo de saludo.
-Déjame – intenté hacerme a un lado pero él se interpuso entre la puerta y yo.
-Podría pillarte un coche.
-¿A ti eso qué te importa?
-Me importa porque si a ti te pasa algo, me tendría que buscar a otra persona para que me hiciera todo.
-O podrías probar a hacerlo tú... En serio – me esforcé por no empeorar la situación con Yago. No le soportaba y él disfrutaba haciéndome la vida imposible. Pero había algo en él que me intrigaba. En las dos semanas que llevaba haciéndolo todo por él, siempre me daba a elegir. No me obligaba directamente. Podría no hacerlo, pero sabía lo que eso significaba.
-Mientras te tenga a ti... - puso su mano en mi cabeza acariciándola como un perro.
-¡Quita! ¡No me toques! - fingí indignación y encerrada en mi misma fui hacia clase. Llegué a la vez que el profesor y me senté en mi lugar. Y empezó con su aburrida lección sobre cualquier cosa... Mire el móvil. Nada. Cada 10 minutos miraba el dichoso aparato y siempre veía lo mismo... Nada.
-Tss – escuché un murmullo de delante.
-¿Qué? - vi como Yago se giraba para que pudiera entenderlo mejor.
-¿Tienes lo que te pedí? - saqué de mi mochila la tanda de deberes diarios de Yago y se lo entregué – he estado pensando que te mereces una recompensa por tus esfuerzos... ¿no crees?
-Si no atienden a mi clase – dijo el profesor a nuestra altura, asustándonos.¿Cuándo había llegado? - será mejor que pasen el resto del tiempo en la calle.
-Pero profesor..
-No hay peros, Hale – nos abrió "educadamente" la puerta para cerrarla cuando nos encontramos fuera.
-Menuda recompensa, Yago – me senté en el suelo y él lo hizo a mi lado. Saqué el móvil y lo miré. NADA.
-Bueno, no era precisamente eso lo que tenía en mente... - le regalé una preciosa mueca de fastidio. Perdí el tiempo mirando el móvil deslizarse entre mis manos – Marie, ¿qué ha pasado con el profesor Backer? - me preguntó Yago, seriamente, sin un ápice de sarcasmo, ni malicia, ni arrogancia..
-Aunque no lo creas Yago, no es de tu incumbencia.
-¿Eso quiere decir que tú tampoco sabes nada? - la tímidas lágrimas que mis ojos derramaron fueron la única respuesta a su pregunta y no volvimos a hablar.
-.-
Cuando la última hora de clase se acabó, recogí lentamente mis cosas.
-Marie – me llamó Beth - ¿te apetece que hagamos algo esta tarde?
-Ehh.. No – me negué – es que tengo muchos deberes que terminar, ya sabes como ahora estudio por dos...
-¿Cómo lo llevas? Lo del señor Backer me refiero...
-Intento no pensar en ello pero es difícil... Ya sabes – encogí los hombros. Se despidió al cabo de unas pocas palabras, mientras yo miraba otra vez el móvil.
Me quede sola en la clase y los recuerdos vinieron a mi mente... Sólo fingía ante los demás que estaba bien para no preocuparlos, era lo lógico.
¿Porqué no podría olvidar? Jo...
Me apuré a salir de allí antes de que el mundo se me viniera encima. Pasé por delante del Departamento de Lengua y vi la puerta entre abierta a la vez que se escuchaban voces en el interior. No era muy normal ver gente en el instituto a esas horas... Me acerqué con cuidado para no hacer ruido.
-… no puedes hacernos esto – decía una de las voces, que reconocí como la voz de la señora Frink.
-No tengo otra opción – escuché una voz distorsionada por el manos libres de un teléfono.
-Solo te pedimos que no rechaces de pleno esta oferta, medítalo y si dentro de una semana sigues pensando lo mismo, entenderé tu decisión, pero John es tu oportunidad - ¿¡John!? ¿Era él? - El director tiene buenas referencias tuyas y ha quedado contento con tu trabajo, ¿qué tiene de malo que quieran darte una plaza fija aquí?
-No puedo aceptar, ya conseguí trabajo – era su voz... distorsionada pero era su voz... Los ojos se me llenaron de lágrimas. Él estaba allí, al otro lado de la línea. Resbalé por la pared hasta sentarme en el suelo y abrazarme las rodillas. Sentí calma, me evadí, sentía una ligera brisa que entraba por la ventana acariciarme y pensé que era él. Cuando él me acariciaba se me erizaba la piel... Sonreí. Todavía le sentía cerca... Dejé de prestar atención a sus palabras para concentrarme en el recuerdos de sus brazos abiertos solo para mí, y como se cerraban en torno a mi cintura y yo reposaba mi cabeza en el hueco de su cuello y aspiraba su perfume. Olía a John... después de tanto tiempo mi ropa seguía oliendo a él...
Un golpe seco me hizo volver a la realidad. Sólo el libro que se le cayó a la señora Frink dentro del departamento hizo que saltara a esconderme en otro pasillo... Una idea me cruzó la cabeza.
Me asomé con cuidado para ver si se había ido y cuando me aseguré de ello, avancé cautelosamente hacia el departamento otra vez. Lo que caracterizaba a mi extraña profesora de lengua es que vivía en un despiste contínuo. No sabía donde tenía la cabeza y si yo no me equivocaba no habría cerrado la puerta del departamento con llave. Tomé el pomo de la misma entre mis manos y lentamente lo giré. Reía maliciosamente para mi misma.
Entré con la luz apagada pero se filtraba algo de sol por la ventana. Estábamos a finales de mayo por lo que a mediodía la luz era segura y el calor empezaba a ser fuerte.
Me dirigí hacia el teléfono que siempre estaba allí cuando venía a ver a John. Un insulso teléfono negro con los números resaltados en blanco, algunos gastado por el uso de llamar a casa de los padres de los alumnos más problemáticos.
Algunas veces había visto a John tomar el teléfono como un auténtico ejecutivo y con un "Buenos días" atender las súplicas de los padres.
Manipulé los botones hasta que encontré mi objetivo: el número de la última llamada realizada. Sólo esperaba que diese resultado. Necesitaba hablar con él, aunque sólo fuese oír su voz de nuevo.
Pulsé el botón de rellamada y esperé.
Daba señal, eso era buena señal. Reí. Un tono. Dos tonos. Tres tonos... Cuatro tonos... Iba a colgar cuando...
-¿Sí? - respondió... - ¿Sí? - ¿porqué no habría pensado qué decirle?
-John... soy yo.
-Marie... ¿cómo... - no podía verle la cara pero su voz reflejaba temor - ¿cómo has conseguido este número?
-Se ve que es la única manera que tengo de hablar contigo.
-No puedo hablar.
-Pero, necesito hablar contigo, que contestes a mis preguntas. ¿Por qué? John desde que te fuiste todo está mal – grité. Tenía que desahogarme con él. Necesitaba hablar con él y llorar con él... - Te echo de menos... ¿no crees que es motivo suficiente para poder hablar contigo? Vuelve...
-Sabes que no puedo, Marie – sonaba desesperado - ¿No crees que si pudiera dejarlo todo para que estuviéramos los dos juntos para siempre ya lo habría hecho? ¿No crees que si pudiera escapar de este infierno de estar sin ti iría corriendo a tu lado? Pero no puedo...
-¿Porqué? - grité sin reprimir los sollozos.
-Matt.
-Al diablo con Matt, John. Él no manda en tu vida. No puede decidir por ti, por nosotros. Ya no eres mi profesor. Ya no está prohibido. Dentro de pocos meses cumpliré los dieciocho y ya dejará de ser ilegal.
-¿Y mientras tanto? ¿Y si luego te cansas de mi? Lo único que deseo es arriesgarlo todo por ti, pero y si luego me dejas sólo, sin nada...
-Pues así entenderías por lo que estoy pasando... Pero ¿por qué, John? Si estábamos tan bien... Necesito una explicación.
-Matt me amenazó con denunciarme ante la policia por abuso de menores si no acababa con lo nuestro.
-Creo que me gustaría más una explicación de por qué no hiciste caso a tus sentimientos.
-Mis sentimientos no me van a dar de comer si esto sale mal. Una denuncia de ese tipo quedaría en mi expediente. No podía volver a enseñar. Me quedaría sin trabajo, sin dinero... O peor. ¿De verdad crees que mis sentimientos me sacarán de la cárcel si la denuncia prosperara? Y si luego te elijo a ti, ¿cómo viviré?
-¡Yo te mantendré! - dije en un tonto impulso. Él sólo rió y su risa me tranquilizó – Ni si quiera te despediste de mí... Ven este fin de semana a verme. Sólo te pido eso. Vayámonos a cualquier sitio los dos solos y hablemos. Tengo cosas que contarte que te incumben. Por favor, John.
-Siento haberme ido sin decir nada... Pero Marie...
-Después de que fuiste – comencé – estuve casi dos semanas sin ir a clase. No podía entender como es que me habías dejado sin ningún motivo, sólo sabía que ya no estabas y que no querías saber de mí... John, todavía lloro por las noches al saber que no te veré el día siguiente.
-Marie... Pienso en ti todos los días. Me pregunto si estarás bien o si te acuerdas de mi. Me dolió mas que nada no poder despedirme de ti, pero si contestaba a alguna de tus llamadas me sería más difícil no ir a buscarte...
-Por favor John... sólo un fin de semana – sólo se escuchaban suspiros muertos en la línea – Por favor...
-No puedo, Marie. Entiéndelo.
-¡Me niego! Ven, te lo ruego... No necesito que hagamos nada en especial, sólo que estés junto a mi y me abraces... Como antes. Te esperaré este sábado a las 9:00 en la playa.
-No iré, Marie – sollocé otra vez, viendo que mis esfuerzos no daban su fruto -¿Marie? - nunca me cansaría de lo bien que sonaba mi nombre pronunciado por su voz – No llores por favor. Ambos sabíamos que esto podía suceder.
-Una cosa es saberlo y otra, muy diferente es tener que vivirlo. John si no vas este sábado, no me hago responsable de lo que pueda pasar...
-¿A qué te refieres? - pude distinguir el tono de alarma involuntariamente introducida en su voz.
-¡Jovencita! - dijo una voz sorpresivamente, detrás mía, quitándome el teléfono – Usted no puede estar aquí – el conserje me echó fuera del instituto sin contemplaciones.
-.-
Sonó el teléfono y yo me lancé desesperada hacia él.
-Hola, Marie – dijo la voz al otro lado de la línea.
-¡Ah! Hola Beth – respondí un tanto desilusionada.
-Por tu voz deduzco que no soy la persona que quieres que llame.
-Lo siento – admití.
-¿Todavía lo esperas?
-Esperaré hasta el final... o por lo menos hasta que su operadora diga que he llenado el cupo de mensajes permitidos – Beth se rió; sonaba una risa alegre y desenfadada. Intenté imitarla, pero la mía sonaba un poco estrangulada.
-Algún día volverá... Pero hasta que llegue, ¿qué te parece si mañana puesto que es viernes nos vamos al cine?
-Vale, me apunto. ¿Qué echan?
-Pues he visto una comedia que tiene que ser bastante buena.
Cuando ambas estuvimos listas nos dirigimos camino al cine, hablando de cualquier tema insustancial hasta que salió uno que, de verdad, me interesó.
-Sinceramente, este curso se me ha pasado volando – le señalé a Beth – Ya pronto estaremos en verano y tendremos que estudiar para las pruebas de acceso a la universidad. En un mes estaremos graduadas.
-Si, parece mentira lo rápido que pasa el tiempo. De ahora en adelante tendremos que ponernos las pilas estudiando. ¿Sabes ya qué carrera elegir?
-No, John me presionaba mucho con eso, pero nunca me decidí por ninguna. Ni siquiera sé si quiero seguir estudiando. Oh, mira – apunté con el dedo en dirección hacia la cartelera - ¡El cine!
Compramos las entradas y palomitas, ¡ah! Y un refresco bien grande y nos adentramos en las oscuridades de la sala. No había nadie. La película había estado expuesta ya varias semanas, así que era lógico que la gente ya la hubiese visto, pero ¿nadie?
Nos sentamos donde mejor nos pareció a la vez que una música de ambiente daba paso a los créditos iniciales.
Miré el móvil y tenía un mensaje de voz. Extrañada iba a escucharlo cuando Beth me arrancó el aparato de las manos.
-Este viernes es para nosotras. Para las amigas. Nada de sufrimiento, de tristeza, de John, de Yago... Solo Beth y Marie. Últimamente me has tenido muy abandonada – hizo un puchero con el labio inferior y no pude resistirme. La abracé con fuerza. Solo Beth y Marie.
Tras dos horas de comedia romántica, al más puro estilo Hollywood, salimos dispuestas a seguir con la fiesta. Fuimos haciendo ruta por todas las tiendas de moda de la cuidad, probándonos conjuntos y decidiendo cuál nos iba mejor.
Sobre la marcha decidimos no parar. Seguir adelante. Echar a volar. Llamamos a nuestras casas diciendo que no nos esperasen que esa noche era nuestra.
-Por cierto – me dijo Beth con una sonrisa un tanto alarmante – Dentro de poco también hay un evento importante. Tu madre me dijo que en poco tiempo cumples 18.
-¿Eso te dijo? - reí con amargura.
-Sí, y nada hará que te escapes de una buena celebración... - señor bendito...
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Sábado. Sábado de resaca. Ese es el título que le pondría a mi sábado. Tras una noche loca de fiesta con Beth llegué a casa cuando mis padres se levantaban y en vez de regañarme por llegar a esa hora, al verme aparecer se rieron de mi.
-Las señoritas de ahora no sabéis aguantar una buena noche de desenfreno – me dijo mi padre escudando sus carcajadas tras el periódico.
Desayuné con ellos y me subí al baño a darme una ducha reconfortante. Tardé una eternidad hasta que conseguí quitarme todos los restos que tenía en mi cuerpo. Cuando terminé, dejé que el agua impactase, caliente, sobre mi cuello, calmando mis agitados nervios.
Me vestí con una camiseta ligera una minifalda vaquera y unas sandalias. Ya casi estábamos en verano por lo que el tiempo era bastante bueno.
Me tomé mi tiempo para reflexionar a cerca de si acudir o no a nuestra cita. Dudaba sobre si él iría, y si sacaríamos algo en claro de todo esto. Ya no sabía nada. Desde hacía mucho tiempo, dejé de saberlo todo sobre mi misma...
Con confianza tomé aire, enérgicamente.
Siempre me gustó guiarme por los impulsos y ahora tenía la certeza de que este impulso que tomé cuando hablé con John por teléfono me guiaría hasta una mejor situación.
Salí a la calle sin pensar en que las pocas nubes que cubrían el cielo, empañarían mi optimismo. Era un día como otro cualquiera, de esos días en los que piensas que nada de lo que hagas borrará la sonrisa de tu cara.
El camino a la playa era un poco largo por lo que cubrí mis ojos con las gafas de sol y encendí mi reproductor de música.
Procuré evitar las canciones tristes, esas siempre empeoraban el estado de ánimo.
A cada paso que daba iba dejando atrás los árboles que comenzaban a adquirir ese característico color tostado del verano , las tiendas que ya anunciaban rebajas en las prendas de temporadas pasadas, las casas tranquilas y apacibles que disfrutaban de los últimos momentos de tranquilidad antes de la llegada de las vacaciones escolares, la plaza donde transcurría la mañana en un ir y venir de gente , las fuentes en las que se refrescaban los acalorados viajeros, los grandes centros comerciales con su aire acondicionado al máximo que te hace sentir en el Polo Norte, las pequeñas florecillas que crecían en los lugares más insospechados... Iba fijándome en cada pequeño detalle... Pues son estos los que hace que apreciemos el sentido que tiene la vida.
Me sentía demasiado filosófica...
Supe que ya estaba llegando a mi destino cuando comencé a oler a sal. Los pájaros en el cielo ondeaban sus alas a la par del viento para volar hacia algún otro lugar insospechado...
Dejé mis cosas arrinconadas y me quité los zapatos al ingresar en mi lugar de destino.
Sentí la arena, granulosa, filtrarse entre mis pies descalzos y como me hacían cosquillas. Estaba húmeda por el contacto con el agua... Era un sensación muy agradable.
Tenía la mente en blanco. El aire caliente impactaba contra mi piel y mi cara y revolvía mis cabellos.
Anduve de un lado para otro, con los ojos cerrados, sintiendo el agua acariciarme, dejando libre cada espacio de mi mente, cada neurona. No quería pensar en nada que no me hiciese falta. Nada que pudiera entristecerme. En nada que pudiera dañarme. Pero como siempre, la cara menos amable de la vida te golpea sin ni si quiera pedirlo...
Paseé a lo largo de la playa esperando alguna señal que me dijera que aquello lo estaba haciendo por algo qué merecía la pena pero cada hora qué pasaba veía más apagado el sueño de volver a ver a John.
Él no iba a venir.
Mi ánimo iba decayendo a la vez que mi paciencia. No sabía cuanto tiempo podría aguantar allí, sentada en la arena, esperando a un futuro incierto.
Las manecillas del reloj se movían con deliberada lentitud, torturándome, haciéndome imaginar millones de posibilidades por las que John no estuviera ya a mi lado.
Durante la primera hora me sentía optimista. Pude que hubiese pillado un atasco con el coche. Siempre había mucho tráfico en la ciudad...
En la segunda hora me dediqué a dibujar corazones en la arena con nuestros nombres para ver como después las olas se los tragaban bajo su manto húmedo.
Pero ya, a las tres horas de estar esperando, las esperanzas depositadas en mi corazón se iban desvaneciendo, como las sol vespertino en un brillante día de verano. No sabía si no quería venir o si no había podido... Da igual, tampoco quería saberlo. A menudo se dice que la verdad duele. Pues yo ya no quería saber más verdades dolorosas. No quería ser, por más tiempo, infeliz. Quería ignorar todo lo malo que me presentase el mundo, para quedarme solo con las cosas buenas, solo con aquello con lo que disfrutas, con aquello que no te hace daño... Pero aun así, ahí seguía yo. En camino de cuatro horas esperando a esa persona por la que esperarías toda tu vida, y que, aun sabiendo que no va a venir, guardas la seguridad de que vuelva.
Y es que esa premisa de dejar atrás el dolor, no vale para el corazón. Por que estar enamorada significa sufrir por amor. Sólo algo verdaderamente fuerte te puede obligar a dejar el corazón enamorado a un lado para centrarte en otras cosas... Y eso fue lo que me pasó.
Cuando ya veía que nada podía ir peor, con mis lágrimas corriendo por mis mejillas, mi teléfono comenzó a sonar estrepitosamente.
-¿Mamá? - dije tras descolgar con la voz un poco tomada por el silencioso llanto, escuchando lo que mi madre tuviera que decirme - ¿¡Qué¡? ¡Ahora mismo voy!
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(John Backer)
Corrí lo más que pude, o mejor dicho, lo más que el coche pudo. Seguro que alguna multa me llegaría pronto a casa.
No sabía si de verdad hacía lo correcto yendo al encuentro de Marie, pero por una vez me limité a hacer aquello que quería. Y lo que quería era volver a a verla.
Mentiría si dijera que durante todo este tiempo he dejado de pensar en ella. Su sonrisa ocupaba un primer plano en mis sueños y su recuerdo no me abandonaba nunca.
Giré el volante para tomar la última curva hacia la playa y aparqué en el primer hueco que vi.
Estaba impaciente.
Entre en el recinto arenoso corriendo, y descendí hacia nuestro punto de encuentro para no encontrar... nada.
¿Y Marie? ¿Se había ido? No era propio de ella... Cogí una piedra que me quedaba cercana y la lancé contra el agua con todas mis fuerzas maldiciendo en voz alta... ¿DONDE ESTABA?
Paseé por toda la playa en su busca pero no la encontré. No necesitaba que nadie me dijera que ella no estaba. Yo podría notarlo.
La última vez que estuvimos juntos allí, el aire marino de la playa olía a ella, a su perfume, a su frescura, a su emoción, a su pasión por todas las cosas... Eso era ella, para mí, era el aire que respiraba. Y ese era el último recuerdo que tenía de ella y que siempre querré conservar.. Como muchos autores de la literatura de todos los tiempos que manipulaban a sus enamorados haciendo ver a aquellas lindas muchachas como sus diosas y su amor su religión, así podría comprarme yo.
Ella era mi religión. La luz que me guiaba. Era mi esencia.
Caminando cabizbajo reflexionando en lo que había perdido encontré una nota, que todavía no había sucumbido al total y desgarrador hechizo del agua.
" John, si al final has venido y lees esto, que sepas que no te he abandonado... Llámame en cuanto puedas. Es urgente. Marie"
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(Marie Hale)
Los hospitales siempre me habían infundido respeto. Los médicos con sus batas blancas llenas de bolígrafos un los bolsillos y con el estetoscopio enroscado al cuello te miraban como simples números que hacían engordar su sueldo. Y los pobre pacientes muertos de miedo, aterrados ante la idea de análisis, pruebas, pinchazos, agujas, extracciones, goteros, vías, operaciones...
Busqué a mi madre entre todo el gentío de urgencias y la vi hablando con un doctor que vestía el típico pijama verde de la cirugía.
Me acerqué a ella y la toqué con cuidado en el brazo para no sobresaltarla.
-Mamá, ¿qué ha pasado? - dije intentando no imaginarme lo peor.
-Tu padre y tu hermano han tenido un accidente con el coche – susurró y yo me sentí empalidecer – tu padre está estable pero Rob... bueno el doctor que le ha operado me acaba de decir que todo ha salido bien, pero que hasta que no despierte no puede saber si hay daños mayores – tuve que apoyarme en la pared para no caerme al suelo presa del impacto de la noticia. Me eché a llorar en brazos de mi madre, lamentándome por todo lo que me ocurría en mi desgraciada vida en los tiempos que corrían...
Poco a poco me fui calmando, y mientras mi madre me acariciaba con ternura el pelo me quedé dormida en su regazo.
Y soñé sin soñar... Sin dejarme llevar, sin sentir la ansiedad de cada mal sueño, sin meces la tranquilidad del dulce despertar...
Y cuando abrí los ojos, todos seguía como no quería que siguiese.
-Marie, cariño, voy a por algo de comida, ¿quieres?
-Vale. Un bocadillo o algo estaría bien.
Me di cuenta de que estaba tumbada en un insulso sillón poco mullido de la sala de espera destinada a los familiares.
Con la cabeza apoyada en un tumulto de chaquetas y bolsos miré el móvil... ¿Tampoco hoy pensaba llamar?
Miré fijamente el aparato: LLAMA, LLAMA, LLAMA, LLAMAAAAAA...
Y llamó. El móvil sonó. Y si, me asusté tanto que me caí del sillón tirando el móvil.
Una enfermera apareció, no sé de donde, y me rogó silencio por el escándalo...
Descolgué con toda la rapidez que pude.
-¿Sí?
-Marie, he leído tu mensaje ¿qué ha pasado? - John me hablaba a través de la otra línea, quizá todo estaba todo perdido...
-John, ¿has venido?
-Pues claro! Pero tú no no me has esperado...
-Mi hermano y mi padre han tenido un accidente y estoy en el hospital y...
-Voy para allí, esperáme y dime donde podemos vernos. Ya no podemos seguir postergando esto...
-Si, pero aquí no. Hay demasiada gente – pensé lo más rápido que pude y se me ocurrió una idea – Vete hacia mi casa, yo llegaré en 10 minutos. Esperáme y allí hablamos tranquilamente. Y John...
-Dime...
-Gracias por venir.
Tras decirle a mi madre que me iba a casa a hacer los deberes y a dormir un rato y me dirigí hacia allí corriendo.
Sin aliento llegué a mi destino, exultante y allí estaba él. Mi príncipe de ensueño apoyado casualmente en su flamante coche y las manos en los bolsillos... Llevaba una camiseta fresquita azul para acompañar al buen tiempo y a sus buenos y hermosos ojos y unos vaqueros rotos por algunos sitios...
Y me vio y yo le vi y entonces su brazos vinieron hacia mi y nos abrazamos para no soltarnos nunca jamás...