Inerte
Le has vuelto a hablar. A pesar que te habías prometido fervientemente no hacerlo; y te sigue. Y te transformas en una sonrisa socarrona porque presumes que has ganado una batalla más. Una batalla más de esa ingenua guerra que él desconoce y que no le contarás.
Le ves y te sonríes; sabes que lo terminarías haciendo de todos modos.
Y sus ojos no te expresan nada ni siquiera te siguen; te recargas en el borde y te acercas a él con precisión, prudentemente, aunque sabes que te gustaría estar, al menos, hombro con hombro a su lado.
Los dos sonríen y, mágicamente, eso es lo que tú esperabas con vehemencia. Le hablas, le platicas, mueves tus manos, exageras de ademanes y su mirada es incierta, perdida.
E instantáneamente le inquieres por atención de parte suya; le sientes lejano, distante y algo lastima, punza, pero con orgullo olvidas eso último porque eres incapaz de reconocer, hallar lo que es e intentas asumir que no es nada.
¿Qué tiene sus ojos ahora que quieres indagar en ellos? ¿Es que acaso han cobrado importancia? No, es sólo tu costumbre de mirar a los ojos cuando hablas; te mientes.
Te dice que no es nada, cuando ese nada te es todo y, a la vez, insignificante. Te sonríe ¿Qué no harías últimamente por una de esas?
Le pones al tanto de tus hechos –ridículos-, de actualidad sobre tu persona; él ríe. Aunque sabes que no ríe como antes, sientes que le has perdido y no sabes de que forma ni cuando. Procuras no desbaratar esa sonrisita falsa que has esbozado.
Te gustaría acortar distancias, observar sus ojos con detenimiento y entrelazar tus brazos en los suyos en un cómodo abrazo. Es máxima tu espera, pues no pides más, jamás lo has hecho, tu mente y corazón nunca lo han imaginado... si tan sólo... pero no, no eres tan valiente, ni tan tonta.
Y sabes que no podrías vivir con eso, que esperas paciente a que esa confusión pase, como el tiempo. Sí, eso te dices. Fastidiosa conciencia.
Y las personas vienen. Oh, molestas personas. Junto con ellas: el tiempo.
Ella sale. E irrevocablemente, ella es quien roba su mirada, tu mirada, quisieras. Finges, porque es lo único que sabes hacer, que te queda.
Se va. Le dejas ir. Él nunca necesitó tu permiso y te encantaría seguirle, decirle "espera"; sin embargo, como inerte estatua te quedas junto al piso.
Y le ves partir.
Le sonríes a tu conciencia, siempre tuvo razón; será más feliz así.
Si han llegado hasta aquí gracias. :D Si dejan un review estaré aún más agradecida.
Un relato algo triste, pero es un final. Saludos.