Querida y perfecta desconocida:

La gente dice que eres rara. Empiezan a hablar y a observarte. Dicen que actúas todo el tiempo. Dicen que provocas, que siempre consigues lo que quieres.

La gente habla de tus maneras. Dicen que te pierden las apariencias, que no sabes jugar limpio, que vives rodeada en un mundo de caprichos. No sabes lo que quieres y no valoras lo que tienes. Eres caprichosa. Tienes ínfulas de princesa pero lo que no tienes es nada sobre lo que reinar. Tu pequeño castillo, tu fortaleza interior carece de puertas por las que puedas entrar… o salir. Pequeña princesa vanidosa, cansada de vestidos rosas, que lo único que quiere es un rato de tranquilidad, pero tiene que vivir atrapada en la telaraña de la sociedad. Encerrada en sus falsedades, llenas de cristales rotos que cortan las delgadas líneas de la dignidad.

Y es que la sociedad no puede dejar de hablar. ¿De quién más? Hablan de tu ropa, jirones de tela sin personalidad. Vestidos insulsos, zapatos, joyas… Frivolidad envasada en la tarjeta de crédito de cualquier persona. Dicen que nadie puede negarte nada, nadie puede contradecirte ni exigirte nada. Será por tu apariencia de niña, escondida tras gafas de sol, que nunca dejan ver el interior.

Dicen que hablan de tu exterior. De tu piel pálida salpicada de sutiles pecas castañas en las que se puede leer perfectamente el vacío de la soledad. El carmín extinguido de tus labios te acompaña a todas partes, dejando huella allá por donde pasas. En cada parque del banco, es cada espejo estallado, en cada amante de turno… Y siempre pones tu pose de revista: manos tras la espalda, cabeza tiernamente ladeada, tus pestañas infinitas abanican el aire que cortan y esa sonrisa de niña pequeña bordada a tus labios como un antifaz para conseguir lo que quieres. Causas ese efecto de femme fatale.

Dicen que tu voz se podría comparar con la de un ángel caído, que esconde el miedo, lo camufla en deseo. Esa voz de niña, aguda, dulce. Dicen que la gente se vuelve adicta a ella nada más escucharla. Alerta siempre, buscabas el peligro para reírte en su cara. Dicen que no le temes a nada, que arrastras a los demás a una espiral de desenfreno.

Dicen, además, que al caminar, en tu sombra se aprecian llamas. La calle se abre a tus pies. Tu carácter es como una ruleta rusa… Nadie te entiende. Solo dejas florecer tus alas cuando una ristra de halagos ronronea en tu oído, como ese gatito asustado que siempre te persigue, haciendo sonar el dulce cascabel anunciando tu llegada. Y todo el mundo te mira con los mismos ojos recelosos de siempre.

Tus lágrimas cristalinas, falsas amigas que te acompañan siempre, símbolo de tu poder. Se arrastran por tus mejillas, sonrojadas por algunas palabras de amor que tú nunca corresponderás, porque nadie te ha enseñado a amar. En tus ojos verde esmeralda, casi sin vida, sin brillo, sin fe en nada, aparece rara vez esa mirada desorientada imposible de descifrar para los demás mortales que matarían por saber cada hilo de tus pensamientos.

La gente seguía hablando incluso cuando tú ya no estabas. Dudaban si albergabas algo en tu interior que no fuera codicia y poder. Se preguntaban si quizás hubiera un corazón allí donde el dinero no logró llegar.

Pequeña princesa sin castillo ni carroza yo sé que no es verdad, que lo único que necesitas es refugiarte en mis brazos. Porque allí donde la gente ve a esa especie de ser sin piedad, yo veo a una princesa problemática que daría todo lo que tiene por aprender a luchar, a vivir, a amar…

¿Qué me dices? Solo toma mi mano e iremos lejos, donde tú y yo tengamos la llave de nuestro castillo lleno de alegría. No tiene porqué ser grande, ni lujoso. A mí me basta con verte despertar cada mañana, envuelta en mis sábanas. Y que te veas reflejada en mis ojos. Yo puedo enseñarte nada más que a ti que vale la pena todo aquello a lo que ahora das la espalda. Lo único que necesitamos es cerrar los ojos y soñar.

Atentamente, un perfecto desconocido soñador.